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PIEZA DEL MES - ABRIL 2013

 

Ecce Homo
Óleo sobre lienzo y madera
60 x 41 cm
Siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

La expresión, que da título, se refiere a Cristo y la pone en boca de Pilato Juan en su Evangelio (Jn 19 5).
Después de ser azotado, Jesús es llevado a las puertas del pretorio. Es entonces cuando el gobernador señalándolo, y volviéndose a los judíos allí congregados, dice: «Ecce Homo», que se ha traducido como “aquí tenéis al Hombre”.
Aunque este pasaje, la “Presentación al pueblo”, ya había sido interpretado artísticamente desde época altomedieval, hay que esperar al siglo XV para que se represente a Cristo solo, sin los otros actores del relato evangélico.
Jesús, llagado y escarnecido, se nos muestra como un Rey insólito: cubierto con un manto púrpura, coronado de espinas, maniatado y con una caña como cetro. Era el modo de afrentarlo que hallaron los sayones, una burda burla a la contestación: «Mi Reino no es de este mundo», dada a las preguntas sobre su realeza formuladas por Pilato.
En la pieza expuesta prima lo emotivo sobre cualquiera otra consideración. Pensada para la devoción íntima, encontraría en la celda monjil, pendiendo sobre la pared encalada, el ámbito adecuado. Allí, en soledad, la contemplación de este Cristo doliente movería a un acercamiento más vívido de los misterios de la pasión y muerte del Redentor.
El lienzo tiene una hechura poco usual: sin bastidor ni marco, un larguero cilíndrico de madera permitía enrollarlo para su traslado. Se colgaría con una cinta o un cordón de seda.


Restaurada en 2012 por Alfonso Buendía Martos, del Departamento de Restauración de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, por encargo de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Consejería de Educación y Cultura del Gobierno de Extremadura.

PIEZA DEL MES - MARZO 2013

 

Santa Catalina de Bolonia
Estampa calcográfica
32 x 34 cm
Diego de Cossa
1716
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

En 1413 nacía en Bolonia, Catalina Vigri, que llegaría a ser conocida como santa Catalina de Bolonia.

De noble ascendencia, se le procuró una formación humanística encaminada al casamiento; pero, atraída por la vida de claustro, preferiría profesar como clarisa.

En el convento pronto se admiró su misticismo, sus visiones sobrenaturales y su entrega a la comunidad.

Resultado de su formación, de sus crisis de juventud y de su piedad insondable es el Tratado de las siete armas espirituales, orientado a la formación de las novicias y de las almas atribuladas. Pero, también, una serie de obras pictóricas que reflejan su concepto devoto de la imagen religiosa y que le han valido ser considerada patrona de los artistas.

Fallecida en su ciudad natal, en 1463, su cuerpo incorrupto sigue mostrándose a los fieles, en el monasterio que fundara, como se representa en la estampa, obra del grabador madrileño Diego de Cossa.

Según José Caveda, académico decimonónico de la Real de San Fernando, Cossa trabajaba «conforme al estilo francés, con espíritu y valentía» y era uno de los grabadores españoles que, «sin salir de su país, dieron repetidas pruebas de lo que llegarían a ser formados en mejor escuela».

Esta pieza fue grabada para ilustrar la versión al español de una biografía de la santa, por la que se había despertado un nuevo interés tras ser beatificada en 1712.

PIEZA DEL MES - FEBRERO 2013

 

Atril
Plata repujada, calada y fundida, y terciopelo sobre alma de madera
32 x 34 x 24 cm
Antonio Ruiz
Taller cordobés. 1816
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Marcas:la de Córdoba, la del contraste Diego de la Vega y Torres (VEGA/16) y la del artífice Antonio Ruiz (A/RVIZ)

 

En la liturgia de la Misa tridentina, para «poner y asegurar el Misal», se disponían atriles a un lado y otro del altar.
Es este un mueble movible de madera o metal, con un plano inclinado y otro menor perpendicular, sobre el que se deposita el libro sacro, grande y pesado, para poder leerlo con comodidad.
La pieza, que hace juego con la expuesta en la sala 2 del Museo, fue fabricada en 1816 por el platero cordobés Antonio Ruiz el Mozo, uno de los miembros de la segunda generación de grandes artífices de la platería cordobesa. Hijo de Antonio Ruiz el Viejo, fue aprobado por el gremio en 1785.
Fueron los de su generación los que comenzaron a abandonar, aunque no sin dificultad, las estructuras y ornato barroco o rococó de las obras de sus padres, para ir adoptando la disposición y líneas neoclásicas que se difundían desde la Corte.
El atril está fabricado en madera y forrado de terciopelo rojo; encima lleva chapeadas placas de plata en su color de líneas sencillas con borduras de pomas y guirnaldas clasicistas repujadas.
En la parte frontal lleva dos óvalos. En uno se lee «SANTA CLARA» y, en otro, va repujado el emblema franciscano: los brazos cruzados de Cristo y Francisco clavados en la cruz.
Es esta una alegoría de la conformidad del santo estigmatizado con las llagas del Crucificado. A san Francisco sus hermanos le consideraban el otro Cristo por haber sido marcado con las llagas de la pasión en el monte de La Verna en 1224.

 

 

PIEZA DEL MES - ENERO 2013

 

Niño de la O
Madera, alambre, telas, papel e hilos metálicos
64 x 41 x 10 cm
Siglo XIX
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

Adviento es el primer ciclo del año litúrgico cristiano, que ocupa el tiempo entre los cuatro domingos previos a la fiesta de la Natividad.
Es un periodo de preparación espiritual a la espera de la venida del Redentor. Y para las clarisas, como para las otras órdenes religiosas católicas, una etapa de vigilia, ascetismo, oración, penitencia y reflexión.
Entre el 17 y el 23 de diciembre, al celebrar el oficio divino de vísperas, la comunidad cantaba las Antífonas de Adviento o de la O, por comenzar todas por esa interjección, que precedía a uno de los atributos de Cristo señalados en el Antiguo Testamento: Sabiduría, Adonai (Señor), Vástago de Jessé, Llave de David, Amanecer, Rey de las Naciones y Emmanuel (Dios con nosotros).
Para estos siete días, se tenía preparado en el coro al Niño de la O. En la primera de las vísperas, la abadesa lo tomaba en sus manos y lo mostraba a la comunidad, al tiempo que, ayudada por la cantora y siguiendo los acordes del órgano, entonaban la primera de las Antífonas, la que comenzaba por «Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo…». Las demás vísperas, otras hermanas repetían el ritual, entonando la antífona que correspondiere a la fecha.
Tras el Vaticano II, la liturgia introdujo la Corona de Adviento y relegó la pieza que mostramos, obra seguramente conventual.  
Las delicadas manos monjiles elaborarían con paciencia la corona de flores de talco, así llamadas en alusión a la delgada lámina de metal con la que están hechas, como las vestiduras del infante: una pequeña talla de «cap i pota» realizada en algún taller decimonónico de imaginería catalán.