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PIEZA DEL MES / DICIEMBRE 2020

Iglesuela de hojalata 
Hojalata, cristal, latón e hilos metálicos  
32 x 17.5 x 33 cm  
Siglo XIX 
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra 

 

 

 

 

 

 

En el claustro monástico hay una hornacina acristalada en la que las monjas veneran y conservan una imagen, de tamaño natural, de san Buenaventura revestido con el hábito cardenalicio. En su mano izquierda ostenta como atributos un libro de talla y, sobre él, esta iglesia en miniatura, confeccionada por un hábil hojalatero.

Plateada para ocultar la pobreza matérica, es una ingenua y evocadora síntesis de un edificio eclesial: un volumen prismático o nave con contrafuertes y pináculos en las esquinas, un fanal acristalado que alude al crucero y al ábside, y una fachada con su puerta abatible y una espadaña con tres campanillas colgantes de sus huecos.

La iglesia, como distintivo iconográfico, es propia de los padres o doctores de la Iglesia: santos reconocidos por los concilios o los papas como maestros de la fe. Ocho eran los primeros, cuatro de rito latino (Ambrosio, Jerónimo, Agustín y Gregorio Magno) y cuatro de rito oriental (Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno y Juan), todos de los siglos IV y V.

Once siglos después, los papas definieron los criterios para acceder a tal dignidad y nombraron como doctores al dominico Tomás de Aquino (1567) y al franciscano Buenaventura de Fidanza (1588).

Desde entonces acá, la nómina de los doctores modernos alcanza los treinta y seis, entre ellos Juan de la Cruz (1926), Teresa de Jesús (1970), la primera doctora de la Iglesia, y Juan de Ávila (2012).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Galería alta del Museo
Del 1 al 31 de diciembre de 2020

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PIEZA DEL MES / NOVIEMBRE 2020

Cruz relicario 
Madera, cristal, hierro, telas, papel,  
tinta y restos orgánicos
49.7 x 33.2 x 1.9 cm  
Siglo XVII 
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra 


Desde los primeros siglos, la Iglesia ha venerado los restos de los mártires tanto para honrar su memoria, como para fortalecer la fe de los fieles al considerarlos referentes de conducta evangélica.

Una muestra de la devoción a las reliquias es esta sencilla cruz relicario que contiene, en su frente, dieciocho tecas circulares con restos de otros tantos mártires de los primeros siglos. Realizada a mediados del siglo XVII, guarda la colección particular de un devoto, quizá una monja o fraile, que la destinó a estar colgada en alguna capilla u oratorio.

El conjunto, que acoge restos de cristianos inmolados por su fe entre los siglos II a IV, parece estar encabezado por santa Jucundina, cuya teca se encuentra en la cúspide de la cruz. Otras siete se distribuyeron en el patibulum para guardar reliquias procedentes del cementerio de Calixto, de las once mil vírgenes o del papa san Ceferino. Mientras que las ocho del pie del árbol se destinaron a contener las de santa Felicitas y de sus siete hijos mártires: santos Felipe, Vidal, Félix, Jenaro, Marcial, Alejandro y Silvano.

A través de la veneración de estos minúsculos fragmentos óseos, los devotos sentían cercanía con la santidad, experimentaban una unión espiritual con aquellos que gozan ante Dios de la vida eterna alcanzada por su martirio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Galería alta
Hasta el 30 de noviembre de 2020

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PIEZA DEL MES / OCTUBRE 2020

Alegoría de las virtudes de sor Margarita de la Cruz 
Grabado calcográfico a buril 
19.8 x 13.4 cm   
Pedro Perrete 
Madrid 
1636 
 
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra 

 
 
 
Sor Margarita de la Cruz (1567-1633) fue una monja clarisa de alcurnia imperial: era hija y nieta de emperadores y hermana del rey Felipe II.
 
Tenía una vocación religiosa tan profunda que abandonó las pompas mundanas a las que estaba destinada, para recluirse en el monasterio de las Descalza Reales, cercano al Real Alcázar de Madrid.
 
Esta hagiografía fue escrita por su confesor el franciscano Juan de Palma, por encargo del rey Felipe IV, su sobrino nieto, e impresa en la Imprenta Real en 1636. El objetivo de tan rápida publicación, a tan solo tres años de su fallecimiento, buscaba que su virtuosa vida de claustro sirviese para iniciar su proceso de beatificación.
 
Se enriquece el libro con estampas del grabador barroco Pedro Perret o Perete (c.1610-1639), hijo y discípulo del grabador flamenco Pedro Perret. Ambos estuvieron al servicio de la Casa Real, pero su corta vida hizo que alguno de sus grabados se atribuyera a su progenitor.
 
Uno de sus mejores trabajos es la serie de nueve estampas, incluida la portada, que forman parte de esta obra. En la última vemos a dos angelotes que descubren el lecho mortuorio de la infanta monja. Amortajada con el hábito de las clarisas, porta un crucifijo entre sus manos y está cubierta de flores. Alrededor seis mujeres alegorizan las virtudes que ornaron su existencia: caridad y esperanza, en primer término, y religiosidad, pobreza, fe y humildad, detrás del lecho.
 
 
 
Vida de la Serenísima Infanta sor Margarita de la Cruz Religiosa descalça de S. Clara. Dedícala al Rey Nuestro Señor Philipe IIII el P.F. Ioan de Palma Definidor General de la Orden de San Francisco Confesor de Su Alteza Hijo de la S. Prouincia de Los Ángeles. Con Preuilegio En Madrid. En la Inprenta Real. Año de 1636.
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 

 

 

 

Galería alta del Museo
Hasta el 31 de octubre de 2020
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PIEZA DEL MES / SEPTIEMBRE 2020

Patenas e hijuela 
Plata dorada 
0.8 x 13.7 Ø cm  
0.6 x 12 Ø cm 
0.5 x 8.7 Ø cm 
Siglo XVI-XIX 
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra 

 

 

 

 

La patena es un platillo de metal noble, circular y levemente cóncavo en su centro, que sirve en la Liturgia Eucarística para contener la hostia, la forma redonda y delgada de pan ácimo que se consagra y consume.

La patena ha evolucionado con el tiempo. En los primeros siglos, algunas eran como bandejas en las que se recogían las ofrendas de pan que, ya consagrado, se distribuían entre los feligreses asistentes.

Durante el Medievo, cambia la liturgia y se acentúa el celo respecto de la Comunión, así como su consumo frecuente, lo que lleva al uso de la patena sólo por los sacerdotes, a su reducción de tamaño y a la utilización de plata u oro en su manufactura; si bien, se permitía su ornamentación con relieves, esmaltes e, incluso, cabujones.

Después del Concilio de Trento, se vuelve totalmente lisa para extremar su aseo y pulcritud como vaso sagrado que había de contener el Cuerpo de Cristo. De ahí nacen las expresiones populares «limpio como una patena» o «más limpio que una patena» o, sencillamente «como una patena».

La hijuela, que las acompaña, cubría la hostia antes del Ofertorio; mas, es raro que sea de plata, lo usual es que fuese de tela bordada y acartonada.

 

 

 

 

 

 

 

Galería alta 
Hasta el 30 de septiembre de 2020
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