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Publicaciones

El legado de la magnificiencia

Con el recorrido por la iglesia conventual se busca que el visitante comprenda cómo aquel pasado, aquella historia, que se ha mostrado en las salas precedentes, perdura y se materializa en un recinto religioso. Es, pues, El Legado de la Magnificencia una recapitulación sobre las ideas expuestas, un espacio de síntesis; si bien, su versatilidad consiente su uso igualmente como preámbulo, como espacio iniciático a la clausura conventual.

EL MARCO SACRIFICIAL

Es el ámbito donde se celebra el sacrificio incruento de la misa. Y no es otro, pues, que la propia iglesia monástica, que cuenta con las mismas partes litúrgicas que una parroquial: una capilla mayor, el lugar donde está el altar y su retablo; la nave para los fieles laicos y la sacristía para revestirse los clérigos. A los que se suman, dado que es un convento, el coro monjil, aislado por una gruesa y doble reja; y otros ámbitos como el relicario, derivado de las devociones de los patronos, o la capilla ducal, usada como panteón señorial.

A mediados del siglo XVII,  su aspecto interior era muy diferente del que ahora contemplamos, si bien sus espacios se mantienen invariables. Entonces la imagen nobiliaria era mucho más evidente: La capilla mayor albergaba en su comedio el cenotafio alabastrino de los primeros Condes de Feria.

LA LEVE TIERRA. EL PANTEÓN DE LOS FERIA              

El primer señor de Feria Gomes I Suárez de Figueroa había fundado el monasterio, entre otras intenciones, para que en su coro, entre el murmullo de las oraciones y los acordes de los cantos de las religiosas, su cuerpo y el de su esposa Elvira Laso reposasen eternamente.

Pero será su hijo Lorenzo II Suárez, el primer conde de Feria, quien convierta la iglesia en panteón del linaje. Contraviniendo el espíritu de pobreza que animaba una fundación clariana, manda levantar una cabecera monumental, con el claro propósito de que fuese el estuche que guardase los despojos mortales del linaje hasta el fin de los tiempos.

El repentino fallecimiento del primer duque de Feria Gomes III Suárez de Figueroa en 1571 dejaría en manos de su viuda y de su hijo el segundo duque, como tantas otras cosas, la edificación de una nueva capilla funeraria en la que se hiciese eco la nueva dignidad ostentada, desde poco antes, por los Suárez de Figueroa.

EL ORNATO BARROCO

Desde la segunda mitad del siglo XVII, el ornato tardomedieval y renacentista irá paulatinamente dejando lugar al esplendor áureo de la retablística barroca.

Sin lugar a dudas, el impacto estético del retablo principal de la Colegial Insigne aceleró la renovación del viejo ornato de la iglesia del convento. Así, en agosto de 1670, se escrituraba la obra del Retablo Mayor con Alonso Rodríguez Lucas.

La hornacina principal está ocupada por la imagen de alabastro de la Virgen del Valle, obra de la primera mitad del siglo XV. A un lado, se encuentra la imagen de san Francisco y, al otro, la de santa Clara.

Cuatro retablos idénticos alberga la nave: tres en el lado de la epístola y uno en el del evangelio, que son obra de José Ramos de Castro, que los ejecutó entre 1761 y 1763. A ellos hay que añadir el de la Virgen de los Dolores, a los pies de la iglesia, obra de Juan de Vargas y fabricado hacia 1676.

CUSTODIOS DE RELIQUIAS

Una portada de mármol coronada por las armas ducales, cerrada por una puerta de dos hojas doradas y estofadas con blasones de los Feria en los comedios, guarda de las miradas la colección de reliquias que reunieron los duques de Feria.

La suntuosidad y la inaccesibilidad convierten al relicario en un espacio arcano para el creyente devoto. Es el relicario una “cámara de las maravillas”, ya que en una dorada estantería-retablo, tachonada de estrellas, guarda la colección de restos santos. Las reliquias, a veces minúsculas, se guardan en bellos relicarios, estuches de varia forma (bustos, brazos, cruces, ostensorios...) que sirven para percibir con los sentidos el olor y la cercanía de los que habitan en el cielo.

EL CORO MONJIL: EL LUGAR DE LA ALABANZA

A los pies de la iglesia, tras una ventana apaisada con marco barroco del XVII, rejas dobles de hierro y puertas talladas en 1585, se encuentra el lugar de la alabanza a Dios, el espacio donde se congrega el coro de las monjas, con su sillería y órgano, para celebrar las horas litúrgicas.
 
Lo más destacado es la sillería coral para los oficios obra de la segunda mitad del siglo XVI.
 
A un lado puede verse un órgano del siglo XVIII y, en medio, la escultura de Cristo amarrado a la Columna obra de Blas Molner que la talló y policromó en 1775.

 

 

La piedad nobiliaria

La sala baja de las Columnas de la enfermería nueva, alberga el segundo capítulo, La piedad nobiliaria, en el que se da a conocer la historia del monasterio, su fundación y su vinculación con sus patronos, la Casa de Feria, así como su preocupación por el culto litúrgico, el panteón señorial y el coleccionismo de reliquias.

Los Suárez de Figueroa, tras convertirse en Señores de Feria en 1394, crean un estado nobiliario que al iniciarse el siglo XV tiene a Zafra como centro; por lo que la villa, desde entonces, será reflejo de su autoridad y largueza. Su religiosidad los llevará a fundar este monasterio en cuya iglesia encontrarán descanso tras su muerte. Ya siendo Duques, y en defensa de la fe católica, será significativo el patronazgo al convento de Santa Clara, a la Colegiata y a los demás conventos de la villa. En todos desplegarán un intenso mecenazgo artístico con el que buscaba adoctrinar en las verdades de la fe, mostrar su poder y magnificencia y alcanzar una recompensa en el más allá.

CIMIENTOS

Este primer ámbito quiere recordar la fundación del convento en 1430. La fundación del convento había sido aprobada dos años atrás por bula papal y recibida con alegría por Gomes I Suárez, el primer Señor de Feria, que podía así satisfacer la vocación religiosa de dos de sus hijas y crear un panteón señorial en el mismo. Mucho antes de que medie el siglo, el convento ya estará poblado con clarisas urbanistas, procedentes del convento de Tordesillas (Valladolid).

El que el monasterio se dedicase a la advocación de la Virgen del Valle nos recuerda el origen del linaje y su fervor a la patrona de Écija (Sevilla), como se manifiesta en la imagen alabastrina que la primera Señora de Feria dona al convento, aunque la leyenda la haga aparecer al abrir sus cimientos.

El ascenso de los Suárez de Figueroa a condes (1461) y, después, a duques de Feria (1567) marcó la historia monástica.

ORNATO Y LITURGIA

La liturgia y la devoción a la Eucaristía son fundamentales en la vida monástica. Los Duques de Feria, guardianes de la ortodoxia católica, creían en el valor especial de la misa y en la devoción a la Virgen y a los santos; por lo que se preocuparon de destinar parte de sus rentas a encargar obras de arte religioso para iglesias y conventos con la intención de que sirviesen al altar, a la exaltación del Santísimo y al adoctrinamiento de los fieles.

EN EL MOMENTO DE LA MUERTE

El forzoso tránsito, para alcanzar el descanso eterno en el regazo de Dios, es apreciado de diversas maneras a lo largo de los siglos. Y su visualización en el entierro evidencia las desigualdades sociales. Desde el lugar de enterramiento hasta lo generoso de las mandas ponen de relieve que el fallecimiento, aunque acaba con la vanidad del mundo, no borra las barreras sociales, al contrario, las reafirma. Prueba de ello es el panteón de la Casa de Feria en el convento. Los distintos monumentos funerarios ejemplifican el sentir de la muerte en cada época, a la vez que permiten perpetuarse en la memoria a través de la imagen.

Los Feria siempre se inhumaron junto al altar, y la mayoría lo están en la Capilla Mayor, los primeros señores reposa en el coro y los últimos duques en la Capilla Ducal. Sus sepulturas responden al gusto y a la espiritualidad de cada momento histórico: si en el siglo XV los sepulcros muestran yacentes a los difuntos; en los siglos siguientes, una simple placa conmemorativa se acoge en una capilla de cierta ostentación.

EL OLOR DE LA SANTIDAD

Desde sus inicios, el Cristianismo se interesó por el culto y las reliquias de los santos; si bien, como consecuencia de los conflictos religiosos del Quinientos, el catolicismo verá en ellas un medio especial de relación con la santidad. La ortodoxia católica animará a la custodia y veneración de reliquias. La nobleza, a imagen de la corte, hará proliferar los Relicarios, donde en preciosos estuches y doradas estanterías se exponen la colección de reliquias a la veneración de los fieles. El uso de las reliquias, a las que tan aficionados fueron los Duques de Feria, en especial la primera duquesa, la inglesa Jane Dormer, patentiza el sentir barroco.

La colección de reliquias la inició el segundo Duque en 1592, cuando con motivo de su estancia en Roma fue autorizado a sacar ciertas reliquias de santos y mártires de capillas y catacumbas. Después, las enviaba a su madre que se aprestaba a encargar a escultores y plateros madrileños los relicarios para guardarlas. En 1603, la primera remesa de reliquias ya estaba en el relicario de Santa Clara.

 

La urbe ducal

Tras habernos aproximado a lo que es la clausura monástica y adentrado en su historia y vínculo con la Casa de Feria, hora es ya de conocer la ciudad en la que se encuentra. Para comprobar cómo el ascenso nobiliario de los Suárez de Figueroa, primero Señores, luego Condes y, por último, Duques de Feria, es afín al desarrollo de Zafra. Si su trazado urbano es medieval, desde finales del siglo XVI se despliega todo un programa de intervenciones arquitectónicas y de encargos artísticos que buscaban convertirla en una villa ducal.

LA FORMACIÓN DE ZAFRA

El poblamiento del área zafrense es muy antiguo, se remonta a la prehistoria, pero su historia urbana comienza cuando Fernando III el Santo conquista la fortaleza musulmana de El Castellar (1241). A comienzos del siglo XV, se trazan las líneas maestras del desarrollo urbanístico de Zafra: su forma almendrada es característica de muchas villas medievales y deriva de la muralla urbana que se construye con la doble misión de proteger y fiscalizar a sus vecinos, artesanos y comerciantes, y viajeros. El núcleo primitivo se hallaba alrededor de la Plaza Chica, surgiendo la Plaza Grande en el siglo XVI. Los Feria favorecerán su progreso industrial y mercantil, apoyado en una incipiente burguesía, como complemento de un entorno agroganadero. Si el comercio y los mercados encontraron su marco en los soportales de las plazas, las ferias ganaderas lo hallaron extramuros, en el campo de Sevilla.

LA VILLA DUCAL

En 1567, los Suárez de Figueroa alcanzaban la dignidad ducal y la Grandeza de España. La concesión supuso un nuevo impulso al progreso de la villa, que se manifiesta en un intenso programa de mecenazgo para conseguir que su imagen fuese fiel reflejo de su alta autoridad y posición social.

La actuación conjunta de los Feria para transformar a Zafra en una villa ducal se concreta en actuaciones como la reforma y ampliación del viejo alcázar condal y su unión a la iglesia y convento de Santa Marina, que reedifican al tiempo, para conseguir un conjunto palacial acorde con su nueva dignidad. En la culminación de las obras de la iglesia mayor y en su elevación a colegiata, dotándola con nuevos edificios y obras de arte como correspondía. En la reforma o ampliación de los conventos y hospitales acogidos a su patronazgo, y la dotación de nuevos ornamentos para sus iglesias. No cejan en plantear proyectos educativos, como la fracasada fundación de una Universidad, o económicos que no alcanzan las metas deseadas. Y no faltan programas de representación, aunque esencialmente fueron ceremoniales litúrgicos, ya que no cuajó la institución de una corte ducal dado el continuado absentismo de los titulares empeñados en su carrera política o militar. En definitiva, todo un programa de renovación que sigue las pautas de las intervenciones de la alta nobleza española de la época y el único de estas características que se desarrolla en Extremadura.

LA VILLA CONVENTUAL

Desde su asentamiento en Zafra, los Suárez de Figueroa favorecen el nacimiento de monasterios de las órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos, que acogen bajo su patronazgo. Intramuros de la villa se asientan los de monjas: de clarisas de Santa Clara y Santa Marina, de terciarias de La Cruz y de dominicas de Santa Catalina y Regina Coeli. Extramuros se levantan los de frailes: franciscanos de San Benito y San Onofre y dominicos de la Encarnación  y Santo Domingo. Solo en el XVIII nace, extramuros, en el barrio de los Mártires, el de monjas carmelitas de Santa Teresa. Mas si todos estos conventos se consolidan, los Feria no conseguirán una de sus metas más preciadas fundar un Colegio de la Compañía de Jesús. 

Intramuros

Una reja, que hemos de franquear, advierte al visitante que está adentrándose en la clausura monástica, que ha traspasado sus muros y penetra en un espacio antes vedado: en un micromundo, alejado del bullicio urbano, en el que vive una comunidad de hermanas clarisas que conjugan la vida contemplativa y la oración con el trabajo.

Por ello, Intramuros busca mostrar el convento como espacio espiritual y de vida cotidiana. Así, aprovechando la sucesión de salas y la posibilidad de ver lugares vitales de un convento, como son el claustro, la grada y una celda, se narra lo que supuso el nacimiento y difusión del franciscanismo y de su rama femenina, las clarisas; los modos de profesar; la organización, las partes del convento y sus funciones; el año litúrgico: la vida diaria, las fiestas, las devociones...

EL SUEÑO DE SAN FRANCISCO

En 1182 nace Francisco. Tras una juventud despreocupada, comienza a sentir desapego por lo mundano, al tiempo que va descubriendo en la pobreza y la fraternidad el mensaje evangélico. Y soñó vivir pobre, con alegría y en hermandad, para predicar la buena nueva entre los campesinos y enfermos con los que convivía y cuidaba.

Una actitud que se ha interpretado como reacción a la miseria social y al agotamiento espiritual de la Iglesia. Unos ideales que pronto encontraron eco entre ciertos jóvenes que le siguieron. En 1209, nacían los Hermanos menores, como al santo gustaba llamar a sus frailes. Enseguida, junto a Clara de Asís creaba la segunda orden, de Hermanas pobres o clarisas. Y, en 1221, para integrar a los seglares, fundaba los Hermanos de Penitencia, conocidos hoy como Tercera orden.

TRAS LAS HUELLAS DE CLARA

La vida monástica es una vida intramuros regida por unas reglas. El ideal de las clarisas se encarna en la escrita por Clara poco antes de morir en 1253 y seguida sobre todo en su congregación de San Damián. Un ideal de vida consagrado por los tres votos de obligado cumplimiento: obediencia, pobreza y castidad, a los que hay que sumar el de clausura.

Si la humildad y la pureza se tornan inexcusable para la vida en fraternidad, la «santa pobreza», como la llamaba Clara, era un anhelo: la comunidad carente de bienes, cubría las necesidades cotidianas con limosnas y con lo que, gracias a su trabajo, producía el huerto monástico. Y se reflejaba, además, en el abandono de todo ropaje u ostentación externa y de vida como medio penitencial.

La clausura, al fijar unos límites, era otra de las dimensiones de la pobreza. Según la Santa, debía ser entendida solo como un modo de alcanzar la vida contemplativa y no un fin en sí misma. De ahí que sostuviese que lo substancial no eran los muros físicos sino la clausura interior en cada una de las religiosas.
En 1263, ya con cierta experiencia de vida en comunidad y ante el considerable aumento de vocaciones, el papa Urbano IV otorgó otra regla, que provocaría una diferenciación entre las clarisas: las que seguían la de santa Clara, desde entonces llamada «Primera Regla» y a sus seguidoras «Damianitas», y las que seguían la  «Segunda» o «Urbanistas».

El contraste entre ambas no se encuentra en que la Segunda Regla sea más prolija en los detalles y en la ordenación de la vida conventual, sino en que permitía a los conventos tener rentas y posesiones para su mantenimiento material. De ahí que fuese adoptada por todos aquellos monasterios de patronazgo nobiliario.

Como a lo largo de la historia muchas mujeres han seguido los pasos marcados por las reglas, los objetos contenidos en la vitrina y colgados de la pared buscan evocar la vida comunitaria desde la clausura y la penitencia.

FORTALEZA INTERIOR

Siguiendo, a la derecha, se accede a la llamada sala de Miraflores, desde la que se puede ver el claustro, conocido por las monjas como «El Vergel».

El claustro, cuadrado y sólido, es el centro del monasterio en torno al que se disponen la iglesia y las diferentes oficinas y espacios conventuales, es un espacio de meditación. Cargado de simbolismo se identifica con el seno materno de María. La maternidad renunciada de las monjas encuentra en María y en el fruto de su maternidad la guía para la salvación. Santa Clara se complacía en contemplar a Jesús como un pobre Niño sobre el pesebre.

REZA Y TRABAJA

Quiere mostrar la convivencia en el convento, la vida en pobreza, la oración y el trabajo.

El día a día intramuros se sustenta en el compromiso con la forma de vida señalada por santa Clara, en la que la fraternidad y la corresponsabilidad obligan a las hermanas. Comienza la regla señalando que la forma de vida de Orden de las Hermanas pobres es «guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad».

Para la santa, el trabajo de las hermanas «conviene al decoro y a la utilidad común», y es una manera de desechar «la ociosidad, enemiga del alma», pero en ningún caso puede mitigar «el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir». La oración, el silencio, el trabajo y el estudio marcan la jornada conventual.

El ideal de pobreza de la Orden se refleja tanto en aspectos de su vida ordinaria como en el ayuno, en la indumentaria o en los objetos de uso común.