PIEZA DEL MES - ABRIL 2012
«Inymitable echvra». Retrato de la Virgen de Belén.
Papel y tinta.
35 x 20,5 cm.
1738.
Parroquia de la Candelaria, Zafra.
No es frecuente, como ocurre en el Libro de Acuerdos y Quentas de la cofradía de Nuestra Señora de Belén, iniciado en 1738, encabezar un volumen de anotaciones de una hermandad con un dibujo de la imagen devocional y un poema fervoroso. El dibujante nos muestra «un retrato fiel» de la imagen de la Virgen que, a pesar de que era de bulto entonces, iba vestida con sus mejores ornamentos. Aunque contamos con ejemplos medievales, el gusto por vestir las imágenes adquiere un gran desarrollo desde el siglo XVI: tejedores, bordadores, alfayates, orfebres, vestidores o camareras se esforzaban en ataviarlas con diferentes atuendos y adornos según los tiempos litúrgicos. En las festividades, la Virgen de Belén usaba «un vestido entero de tisú blanco», una tela de seda bordada de ramajes, flores y pájaros sobre oro o plata, que estaba compuesto de «delantera, casaca, falda y manto, con flores de oro y galón fino». Sobre la cabeza llevaba una toca de velillo, una tela muy ligera y sutil adornada con perlas falsas y piedras. Y la faz se enmarcaba con un rostrillo de tela acartonada adornada de aljófar, un adorno femenil que en el siglo XVIII se mantenía solo en el atuendo de las imágenes marianas. A semejanza iba peripuesto el Niño, mas al cuello lleva gorguera, pieza de lienzo plegado y alechugado. Coronas, cetro, orbe, cintas y lazos completarían el atavío. Así engalanada salía la imagen a bendecir los campos de Zafra, el Domingo de Cuasimodo, sobre unas andas a modo de templete con «mástiles dorados» y precedida de un gran «pendón de damasco carmesí» con su cruz de plata, al que flanqueaban los dos alcaldes de la cofradía con sus respectivas varas.
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