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BELÉN NAPOLITANO

Belen napolitanoLa Edad de Oro del Belén napolitano abarca aproximadamente desde 1725 a 1790, recibiendo un impulso definitivo durante el reinado del que fuese Carlos III de España, a la sazón rey de las Dos Sicilias (1734-1759). Como hijo de Felipe V de España y de Isabel de Farnesio y hermano del rey Fernando VI, sucedería a éste como Rey de España (1759-1788).

Bajo su gobierno, Nápoles, tras haber sido durante dos siglos un virreinato español, llegó a ser capital de un reino autónomo y una de las ciudades más brillantes de Europa, una capital rica en empresas culturales y artísticas, entre las que cabe destacar el perfeccionamiento y la difusión del Belén.

Carlos de Borbón, monarca de profunda religiosidad, descubrió el encanto de montar en su palacio su propio pesebre.  Las figuras se empezaron a encargar a la Real Fábrica de Porcelanas de Capodimonte. Y así, personajes de la corte, aristócratas y burgueses se fueron aficionando a coleccionarlas para ser expuestas en sus respectivas mansiones en Navidad, formando el inconfundible belén napolitano.

Las características que definen las figuras del belén napolitano en su época de esplendor eran: Poseer unas dimensiones entre 35 a 45 cm de altura. Cuerpo formado de un esqueleto de alambre forrado de estopa, cabezas de terracota policromada, ojos de cristal y extremidades de madera policromada. Y vestidos con toda clase de telas, en general sedas, salvo en los personajes “rústicos”, para los que se usaban paños y tejidos de hilo, en consonancia con los caracteres de las figuras.

Este vestuario constituye un interesante muestrario de los trajes populares del reino de las Dos Sicilias durante el siglo XVIII, ya que el Belén napolitano, característicamente anacrónico, era una representación  del nacimiento del Mesías según el pueblo de Nápoles y los pastori van vestidos, excepto José, la Virgen y los personajes  procedentes de Oriente, con los trajes tradicionales de cada una de las regiones del reino.

La escenografía del pesebre Napolitano  responde a reglas bien precisas, debe haber un primer plano donde se sitúa la Natividad. Al principio el lugar del nacimiento era una gruta donde se colocaba la sagrada familia, el buey y la mula, acompañados de una corte de ángeles. En un rincón aparecía siempre la figura de un demonio.

Tras el descubrimiento de las ruinas de Pompeya y Herculano se modificó este espacio cambiando la gruta por un templo romano en ruinas, imitando los restos pompeyanos, dando gusto así al fervor despertado por la arqueología además de simbolizar el fin del paganismo con la llegada de Jesús. Generalmente la Natividad se sitúa en el lugar más alto al que se accede por una escalinata interminable, y bajo esta imagen se sitúa una mazmorra con el diablo encadenado representando el triunfo del nacimiento de Cristo sobre el mal. Como no existe ángel sin diablo, en el pesebre se representan igualmente ángeles volando sobre la Sagrada Familia a modo de corte celestial que anuncia el nacimiento del Salvador.

Al otro extremo de la escena se sitúa el núcleo urbano fue siempre la sección más extensa, con más vida y más cercana al espectador. No faltaba nunca la hostería o posada en alusión al pasaje bíblico, cuando la Sagrada Samilia pide cobijo para que María pueda dar a luz. Sin embargo este pasaje se oculta y la posada es un lugar más en la vida de los napolitanos.

En su entorno se colocaba siempre el mercado lleno de agitación, la fuente del pueblo, el pozo y las construcciones urbanas que a veces eran fiel retrato de las calles napolitanas, recreando escenas tradicionales de la vida cotidiana. Se colocaban personajes en los puestos de ventas, en las puertas, balcones y ventanas. Todo este espacio urbano absorbía el mayor número de figuritas. El cortejo de los Reyes Magos era una continuación de este espacio.

En este pesebre, compuesto por D. Raúl Veroz González con piezas de diferentes épocas, podrán descubrir alguna cita urbana de Zafra.

 

EXPOSICIÓN TEMPORAL: Del 12 de diciembre de 2012 al 6 de enero de 2013