Intramuros
Una reja, que hemos de franquear, advierte al visitante que está adentrándose en la clausura monástica, que ha traspasado sus muros y penetra en un espacio antes vedado: en un micromundo, alejado del bullicio urbano, en el que vive una comunidad de hermanas clarisas que conjugan la vida contemplativa y la oración con el trabajo. Por ello, Intramuros busca mostrar el convento como espacio espiritual y de vida cotidiana. Así, aprovechando la sucesión de salas y la posibilidad de ver lugares vitales de un convento, como son el claustro, la grada y una celda, se narra lo que supuso el nacimiento y difusión del franciscanismo y de su rama femenina, las clarisas; los modos de profesar; la organización, las partes del convento y sus funciones; el año litúrgico: la vida diaria, las fiestas, las devociones... EL SUEÑO DE SAN FRANCISCO En 1182 nace Francisco. Tras una juventud despreocupada, comienza a sentir desapego por lo mundano, al tiempo que va descubriendo en la pobreza y la fraternidad el mensaje evangélico. Y soñó vivir pobre, con alegría y en hermandad, para predicar la buena nueva entre los campesinos y enfermos con los que convivía y cuidaba. Una actitud que se ha interpretado como reacción a la miseria social y al agotamiento espiritual de la Iglesia. Unos ideales que pronto encontraron eco entre ciertos jóvenes que le siguieron. En 1209, nacían los Hermanos menores, como al santo gustaba llamar a sus frailes. Enseguida, junto a Clara de Asís creaba la segunda orden, de Hermanas pobres o clarisas. Y, en 1221, para integrar a los seglares, fundaba los Hermanos de Penitencia, conocidos hoy como Tercera orden. TRAS LAS HUELLAS DE CLARA La vida monástica es una vida intramuros regida por unas reglas. El ideal de las clarisas se encarna en la escrita por Clara poco antes de morir en 1253 y seguida sobre todo en su congregación de San Damián. Un ideal de vida consagrado por los tres votos de obligado cumplimiento: obediencia, pobreza y castidad, a los que hay que sumar el de clausura. Si la humildad y la pureza se tornan inexcusable para la vida en fraternidad, la «santa pobreza», como la llamaba Clara, era un anhelo: la comunidad carente de bienes, cubría las necesidades cotidianas con limosnas y con lo que, gracias a su trabajo, producía el huerto monástico. Y se reflejaba, además, en el abandono de todo ropaje u ostentación externa y de vida como medio penitencial. La clausura, al fijar unos límites, era otra de las dimensiones de la pobreza. Según la Santa, debía ser entendida solo como un modo de alcanzar la vida contemplativa y no un fin en sí misma. De ahí que sostuviese que lo substancial no eran los muros físicos sino la clausura interior en cada una de las religiosas. El contraste entre ambas no se encuentra en que la Segunda Regla sea más prolija en los detalles y en la ordenación de la vida conventual, sino en que permitía a los conventos tener rentas y posesiones para su mantenimiento material. De ahí que fuese adoptada por todos aquellos monasterios de patronazgo nobiliario. Como a lo largo de la historia muchas mujeres han seguido los pasos marcados por las reglas, los objetos contenidos en la vitrina y colgados de la pared buscan evocar la vida comunitaria desde la clausura y la penitencia. FORTALEZA INTERIOR Siguiendo, a la derecha, se accede a la llamada sala de Miraflores, desde la que se puede ver el claustro, conocido por las monjas como «El Vergel». El claustro, cuadrado y sólido, es el centro del monasterio en torno al que se disponen la iglesia y las diferentes oficinas y espacios conventuales, es un espacio de meditación. Cargado de simbolismo se identifica con el seno materno de María. La maternidad renunciada de las monjas encuentra en María y en el fruto de su maternidad la guía para la salvación. Santa Clara se complacía en contemplar a Jesús como un pobre Niño sobre el pesebre. REZA Y TRABAJA Quiere mostrar la convivencia en el convento, la vida en pobreza, la oración y el trabajo. El día a día intramuros se sustenta en el compromiso con la forma de vida señalada por santa Clara, en la que la fraternidad y la corresponsabilidad obligan a las hermanas. Comienza la regla señalando que la forma de vida de Orden de las Hermanas pobres es «guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad». Para la santa, el trabajo de las hermanas «conviene al decoro y a la utilidad común», y es una manera de desechar «la ociosidad, enemiga del alma», pero en ningún caso puede mitigar «el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir». La oración, el silencio, el trabajo y el estudio marcan la jornada conventual. El ideal de pobreza de la Orden se refleja tanto en aspectos de su vida ordinaria como en el ayuno, en la indumentaria o en los objetos de uso común. |
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