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PIEZA DEL MES - DICIEMBRE 2015

Niño Jesús Salvador del Mundo
Madera policromada
41 x 19 x 17 Ø cm
Escuela castellana
Finales del siglo XVI

Museo Santa Clara, Zafra

 

 

 

 

 

La imagen de Jesús niño en el regazo de su Madre surge ya en los primeros siglos cristianos, pero hemos de esperar al medievo para que, al tiempo que se esculpen las imágenes marianas más tiernas, se  escenifique el pesebre de Belén, en cuya difusión el franciscanismo tuvo un papel determinante.

En esas representaciones, Jesús, recién nacido y rodeado de sus padres y de dos bestias, abandona su iconografía cristológica tradicional para mostrarse como un niño más y evocar así la humanidad de su doble naturaleza.

Pronto, solo el Niño irá bastando para sugerir los pasajes evangélicos de su nacimiento o puericia: hechuras exentas que empiezan a generalizarse a partir del siglo XV y alcanzarán su máxima difusión y variedad iconográfica en los siglos XVII y XVIII.

La que contemplamos nos revela al infante como Salvator mundi. El Niño, desnudo y con una anatomía realista, muestra un rostro severo y transcendente. Su cuerpo erguido adopta una suave ondulación, a contrapposto, para guiar nuestra mirada hacia su mano derecha, que alza para bendecirnos; mientras que, con la otra, aguanta el globo terráqueo sobre el que derrama su poder omnímodo.

Este paradigma, conocido también como Niño Redentor o cariñosamente “Niño de la bola”, tiene su analogía iconográfica en su traslación adulta con el Cristo del fin de la historia, con el Pantocrátor o Maiestas Dómini, imágenes que aluden a la parusía o segunda venida del Mesías al mundo.

Esta talla, que fue donada por Dª María del Rosario Díaz Juliá al Museo en 2009, procede del mercado de antigüedades. Ha perdido las potencias y la cruz sobre el orbe, probablemente de metal, y la peana que debió poseer.

 

 

 

 

 

 

 

 

Galería alta. Hasta el 31 de diciembre 2015

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PIEZA DEL MES - NOVIEMBRE 2015

Arqueta-relicario de santa Inés
Madera, cristal y telas
15 x 22 x 16,5 cm
Siglo XVII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra 

 

 

 

En la capilla de las Reliquias, que dotasen los duques de Feria en Santa Clara entre 1592 y 1612, se conserva esta arquilla-relicario que guarda un cráneo pequeño envuelto en seda roja y sencillos bordados.

Desconocemos su origen pues no se reflejada en los inventarios. Tampoco posee ninguna inscripción identificadora, pero la tradición conventual apunta que pertenece a santa Inés. Una mártir niña de los primeros tiempos del cristianismo.

Toda su historia transcurre en Roma. Narra el Flos Sanctorum que Inés, con tan solo trece años de edad, era tan hermosa que «fue vista de cierto Cavallero mozo, y muy rico, hijo de vn Prefecto de la Ciudad, el qual (…) començó á amarla perdidamente». Pero Inés ya tenía decidido su futuro: permanecer limpia y virgen al servicio de Jesucristo.

La enfermedad del enamorado y la autoridad de su padre buscaron doblegar su voluntad encerrándola en la casa de las vestales, vírgenes que servían al culto en el templo de la diosa Vesta. Pero no dio más fruto que su negativa a adorar al ídolo.

A partir de entonces comenzó su martirio, con sucesivas pruebas de las que se salva milagrosamente hasta que es degollada el año 303, en tiempos del emperador Diocleciano.

La arquilla que contiene la reliquia es sencilla y de hechura tumbal. Está decorada con pan de plata sobre el que, con pintura almagre y simulando un estofado, se han extendido flores y rameados inspirados en telas ricas del Quinientos. En una de los lados mayores, una vidriera permite ver el cráneo y, en los laterales, se repite la insignia franciscana de las cinco llagas en escudos a los que flanquean las llaves de san Pedro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hasta el 30 de noviembre. Galería alta del Museo

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PIEZA DEL MES - OCTUBRE 2015

Virgen del Pilar
Alabastro y plata
36 x 13,2 x 12,2 cm
Siglo XIX

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 

El 12 de octubre se celebra la fiesta de la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad por coincidir la fecha con la del Descubrimiento de América.

La historia pilarista, que hunde sus raíces en un secular proceso de tradicionalización, no encuentra datos fiables hasta finales del siglo XIII y se fecha en 1471 el documento que refiere por vez primera la aparición de la Virgen en carne mortal al apóstol Santiago.

La devoción que se mantiene en un área local durante siglos, se extenderá por el resto de España a partir de mediados del Seiscientos. Ahora bien, será a lo largo del siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia, cuando alcance su culto el mayor desarrollo. De entonces acá, la Pilarica ha visto aumentar sus devotos, sin poder evitar ser utilizada para acentuar el carácter sacro y de vertebración de ciertos movimientos políticos y nacionales.

Por lo mismo, será en esa centuria cuando más se difunda su imagen: esculturas, medidas o estampas servirán para satisfacer la fervorosa demanda que se iba generando.

Esta réplica de la Virgen del Pilar, que se conserva en la celda abacial del monasterio, fue labrada por entonces. Está esculpida en alabastro y compuesta por dos piezas que se ensamblan: una, la imagen mariana sobre nubes y la columna toscana y, otra, el pedestal de base cuadrilonga y laterales ataludados que sirve de base; a las que añadir habría la diminuta corona de plata con su aureola de rayos.

Su carácter de trasunto piadoso lo refleja tanto la apariencia, como su alzada, pues mide treinta y seis centímetros, igual que la imagen original de la Virgen que se venera en la basílica de Zaragoza.

 

 

 

 

 

 

Galería alta. Hasta el 31 de octubre 2015

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PIEZA DEL MES - SEPTIEMBRE 2015

Aureolas de santidad
Plata en su color cincelada

Nimbo:
19 cm Ø
Miguel María Palomino
Taller sevillano
1777-1829

Diadema:
18 x 21 cm
Sin marcas
¿Taller cordobés?
Finales del siglo XVIII o principios del XIX

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 

 


Las imágenes de los santos, aunque también las de los dioses o héroes de la mitología antigua, se reconocen por los atributos que portan. Entre ellos los hay individuales, o propios del santo al que identifican, y genéricos o universales, que suelen ser comunes a todos los santos.

Entre estos últimos, el obligado es la aureola. Ya en 1726, era definida en el Diccionario de Autoridades como «la diadéma, esphéra, ò círculo de luz que se pone, ò con que se pintan las imágenes de los Justos que la Iglésia ha beatificado, ò canonizado, de quienes es señal distintiva». También se denomina nimbo, pero hubo que esperar a la edición del diccionario de 1884, para que se incluyese aceptando su sinonimia.

Su origen es helenístico. Un halo de rayos cercaba la cabeza de Apolo para denotar la luz que irradiaba como dios del sol. Los emperadores romanos, como signo de majestad, fueron los últimos en utilizarla en las monedas que acuñaban.

Para el cristianismo fue tan solo un préstamo, aunque se trocó su carácter divino en atributo de santidad. No por ello dejaron de usarlo los emperadores bizantinos para circundar sus cabezas en los mosaicos conmemorativos. En Occidente, antes del año mil, los hubo además cuadrados, que encarnaban la tierra e indicaban que el personaje estaba vivo. Y triangulares, pero con el tiempo solamente éstos lo llevan las imágenes del Padre Eterno.

Las dos piezas que contemplan, obras de talleres de platería andaluces a caballo de los siglos XVIII y XIX, evidencian su estética rococó en el uso de rocallas.

 

 

 

 

 

 

 

Galería alta. Hasta el 30 de septiembre

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