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PIEZA DEL MES - NOVIEMBRE 2014

Dalmática
Damasco, lino, hilos y fimbria
132 x 151 cm
Siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 


Originaria de la Dalmacia, en la costa adriática, era una prenda  que se puso de moda entre las clases altas romanas a lo largo del siglo II.  Ya a comienzos del siglo IV hay constancia de su uso litúrgico por el papa Silvestre I, pero su generalización no ocurre hasta el siglo IX.

La dalmática era una túnica larga y holgada, con anchas mangas; que, con el tiempo, se fue estrechando y acortando, por lo que, para poder vestirla con desahogo, se hicieron aberturas laterales que se extendieron con el tiempo a las mangas. Será en el siglo XV, cuando quede fijada su forma, al añadir el collarín o alzacuello.

Su color blanco primigenio, al que  añadieron en Roma unas bandas verticales púrpura, se mantuvo hasta el siglo XIII, momento en que se adoptaron ya los colores litúrgicos y se reguló su uso. Es frecuente verlas decoradas con rectángulos en sus faldones y en las bocamangas.

La liturgia actual establece que es la vestidura exterior propia del diácono, que debe ponerse en las misas solemnes o en las procesiones. Es este el ministro eclesiástico de grado inmediato inferior al celebrante y, como su calificativo de origen griego revela, es el sirviente en las celebraciones litúrgicas.

El abate Gaume, en su decimonónico Catéchisme de Persévérance, señalaba que la dalmática es «un hábito de solemnidad que debe inspirar una santa alegría así al diácono que la lleva como á los fieles que la ven; este es el sentido de las palabras que el obispo dirige al diácono al revestirse de ella en la ordenación y de la oración que el mismo diácono reza al vestirse con ella para servir al altar».

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PIEZA DEL MES - OCTUBRE 2014

Santa Teresa de Jesús
Óleo sobre lienzo
100 x 75 cm
Segunda mitad del siglo XVII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 

 

Fue Sevilla, que se le había tornado difícil para su fundación conventual, el escenario donde fray Juan de la Miseria retratase in vivo a la Madre Teresa de Jesús, un trance que aceptaría como un ejercicio de mortificación.

Ocurría el 2 de junio de 1576, la víspera del traslado solemne del convento de San José a unas casas adquiridas por uno de sus hermanos. Tenía la santa fundadora 61 años.

Madre Teresa aparece retratada en oración. Se trata de una vera effigies a la que, tras su muerte en 1582, se le añadieron la paloma del Espíritu Santo y una filacteria sobre su cabeza con el verso «MISERICORDIAS DOMINI IN AETERNVM CANTABO» (Sal. 89,2), que gustaba repetir como oración en su celda.

Al ser su único retrato, fue copiado muchas veces, reinterpretado y dotado de nuevas significaciones iconográficas. Pero, será en la versión del grabador Cornelis Galle el Viejo, inserta en la obra Vita B. Virginis Teresiae a Iesu, publicada en 1613, en la que se inspire este lienzo.

El grabador flamenco añadía, sobre una mesa, una cruz desnuda, que la santa señala con su mano izquierda en tanto la ase con la contraria. Y el  tronco lo rodea con una filacteria con el lema «AUT MORI, AUT PATI», que abrevia la invocación de la santa: «Señor, o morir o padecer, no os pido otra cosa para mi», recogida en su Libro de la Vida (XL, 20).

Mas el anónimo pintor de esta obra, no se conformó con calcar la composición de la estampa; sino que la santa, desasiéndose de la cruz, ha tomado su pluma para escribir en el cuaderno que reposa sobre la mesa.

 

 

 

 

 

Restaurada en la campaña de verano de 2014, por  el equipo dirigido por D. Francisco José Sánchez Concha, del Departamento de Pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla.
Con el apoyo de la Consejería de Educación y Cultura del Gobierno de Extremadura, del Excelentísimo Ayuntamiento de Zafra y de la Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio de Zafra.

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PIEZA DEL MES - SEPTIEMBRE 2014

Estola y manípulo 

Seda adamascada y fimbria de hilos metálicos 
192 x 17 cm y 76 x 17 cm, respectivamente 
Taller de José Candela Albert 
Valencia  
Principios del siglo XX 

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 

 

Para la liturgia, el sacerdote se reviste con una serie de ornamentos cuyos orígenes se hallan en los vestidos de etiqueta de los primeros siglos cristianos. Poco a poco, se fueron cargando de significación espiritual y su uso ritual dictado por las rúbricas, o rojo en latín, por la tinta que se empleaba para anotarlas.

Entre las vestiduras clericales, la estola y el manípulo, muestran una gran semejanza: son tiras de tela, las antiguas con extremos en hoja de hacha y  tres cruces dispuestas en medio y en los cabos; sin embargo, su longitud es desigual y su función, significado y uso diferentes.

La estola, hasta el siglo IX llamada orarium, era un lienzo que las personas distinguidas se colocaban alrededor del cuello y hombros. Pronto se reservó su uso a los ordenados, que se la cruzaban sobre el pecho, con el lado izquierdo encima. Desde el Vaticano II, cuelga recta y se sujeta con el cíngulo. Los diáconos la usan en diagonal, desde el hombro izquierdo a la cintura.

El manípulo, en tiempos antiguos, era un pañuelo de etiqueta, que se colgaba del brazo izquierdo y servía para enjugar el rostro o aclamar en los actos públicos. Desde el Medievo, al perder su función prístina, comenzó a enriquecerse. Ya no se usa.  

Fray Luis de Granada (1583) nos explica su simbolismo: «quando se llegó el tiempo de su Pasión, fue llevado preso, las manos atadas con cordeles, y con una soga á la garganta (lo qual nos representa el sacerdote con el manípulo del brazo, y la estola que se pone al cuello)».

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PIEZA DEL MES - JULIO-AGOSTO 2014

Templete eucarístico
Plata repujada, grabada, cincelada, fundida y tachones de cristal
38,5 x  25,7 x 25,7 cm
Alonso Rangel Caballero
Taller zafrense
Entre 1716 y 1727

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

 

 

Entre los cristianos aún se mantiene viva una vieja disputa por el uso de la figuración o de la orfebrería en las iglesias y la liturgia.

San Bernardo, hacia 1120, se escandalizaba de cómo los hombres corren a besar las reliquias e imágenes de santos cuanto más hermosas se muestran y denunciaba que «más se admira la belleza, que se venera la santidad».

A mediados de aquel siglo, el abad Suger de Saint Denis argumentaba lo contrario y confesaba que «todo objeto de gran valor debería servir por encima de todo para la administración de la Sagrada Eucaristía». Porque desde el brillo de lo material, por anagogía, podía el alma alcanzar lo inmaterial, elevarse a la contemplación de la luz divina.

En el siglo XVI, el concilio de Trento, frente a la postura protestante de simplicidad ornamental y de consideración de la Eucaristía como un gesto conmemorativo, definió el uso doctrinal de las imágenes y a las iglesias como casa de Dios, en la que Cristo está presente a través del Santísimo Sacramento, que debía guardarse en un tabernáculo o sagrario a la vista de los fieles.

En la iglesia del convento de Santa Clara se acomoda el sagrario al comedio de las predelas de los retablos mayor y ducal. Pero, como eran de madera, aunque dorada, se encargaron para su interior unos templetes de plata, que acogieran con más decoro el copón con el Santísimo.

El que exponemos, aunque carece de marcas, por su ornamentación y el uso de tachones de cristales de colores puede ser atribuido a Alonso Rangel Caballero, el maestro platero más afamado de Zafra en el primer tercio del siglo XVIII.

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