Casulla
Damasco, lino, seda e hilos
121,5 x 71,5 cm
Siglo XVII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

El clero de los primeros siglos, para celebrar y administrar los sacramentos u otros actos cultuales, usaba la indumentaria propia  de la época, que en nada difería de la de los seglares.

Con el tiempo, ciertas prendas paralizaron su evolución y ya anquilosadas, hacia el siglo IX, se mudan en vestiduras litúrgicas y comienza a normalizarse la forma y uso que, con escasas variantes, nos ha llegado.

Entre todas, se distingue la casulla como la propiamente presbiteral, es «la última vestidura que se pone el Sacerdote sobre todas las otras, con que se adorna y viste para celebrar el Santo Sacrificio de la Missa» (Dic. Aut., 1729).

En la Antigüedad, se usó, primero, en los viajes para protegerse de los rigores atmosféricos y, a partir del siglo III, como vestidura ordinaria a manera de sobretodo. Originalmente eran circulares y holgadas, con una abertura central para pasar la cabeza y con capucha; pero, desde el siglo XII, «por ser mui embarazosas» se fueron recortando hasta adquirir la «forma de un capotillo, partido en dos mitades, y abierto por los lados».

La casulla expuesta forma parte de un terno verde, pues se acompaña de dos dalmáticas para los diáconos. Hecha en tela de damasco con motivos circulares tangentes y roleos vegetales estilizados, se rodea de un corto fleco verde y amarillo.

En el centro de las dos caídas lleva una cenefa de seda roja, con un bordado de aplicación formando motivos vegetales estilizados, dispuestos a candelieri, en seda amarilla y matices en blanca y verde. En el frontal lleva la inscripción «XP̅S» y, en el espaldar, «DN̅S» y «NTSR» o  Christus Dominus Noster, que alude al yugo del Señor que acepta el sacerdote al vestirla.

Virgen de los Reyes
Óleo sobre lienzo
108 x 89,5 cm
Segunda mitad del siglo XVII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Para ensalzar su belleza, una antigua leyenda cuenta que la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla, había sido esculpida por unos ángeles. Pero, como obra probable de un artista familiarizado con el arte francés del siglo XIII, se ha supuesto vinculada al rey Fernando III el Santo que la habría recibido como un presente de su pariente el rey Luis IX de Francia.

Desde su capilla, abierta al trasaltar de la catedral metropolitana de Sevilla, la capital económica del Antiguo Régimen, su devoción se extendió por España e Hispanoamérica, por lo que se multiplicaron las copias tanto en escultura como en pintura.

El convento de Santa Clara guarda un lienzo que nos muestra la imagen tal como se veneraba después de 1649, año en que se terminó el templete y el retablo de plata, blasonado con castillos y leones, en el que está entronizada.

Como es imagen de vestir, el lienzo revela el gusto por su atavío siguiendo patrones cortesanos de la época. De esta manera, la Virgen lleva una voluminosa y redondeada saya, un amplio rostrillo, velo de encaje y corona abierta sobre su cabeza; y su Hijo, al que porta sobre sus rodillas, lleva pololos, calcetas, manto con aberturas para las mangas, babero y corona cerrada.

La Virgen no mira frontalmente como la escultura original gótica, sino que ladea su rostro para resaltar su clara mirada. Mientras el Niño, de sonrosadas mejillas, envueltas por una cabellera larga y ondulada, bendice a sus fieles devotos.

Curiosa resulta la manera de encajar la abultada saya de la Virgen con los varales del templete de plata, que se resuelve agujereando aquella y disponiendo unos grandes lazos para ocultar la conjunción.

Restaurada durante la campaña de verano de 2012 por el equipo dirigido por D. Francisco José Sánchez Concha y  Dª. María Dolores Zambrana Vega, del Departamento de Pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla. Con el apoyo del Excelentísimo Ayuntamiento y de la Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio de Zafra.

Nuestra Señora de Guadalupe de Méjico
Óleo sobre lienzo
162 x 105 cm
¿Juan Correa?
Escuela mejicana
Primer tercio del siglo XVIII
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

El 12 de diciembre de 1531, en el cerro Tepeyac (Méjico), la Virgen de Guadalupe se apareció al indio Juan Diego y le pidió que rogara al obispo de Méjico la construcción de una iglesia en su ladera.

Como el obispo, para creerle, le exigiera una señal, la Virgen le ordenó que subiese al monte y recogiese unas rosas que allí florecían en su tilma, manta usada como capa por los indígenas, ya que ese sería el signo.

Al desplegar la tilma ante el obispo, apareció estampada la imagen mariana tal como Juan Diego la había visto: una joven mujer, de pie y en actitud orante, vestida con una túnica talar rojiza y un manto azulado con estrellas. A sus pies una media luna y un angelote y toda ella circundada de rayos dorados.

El milagro generó un gran veneración y fervor hacia la tilma impresa, que se extendió, enseguida, por todo el mundo hispano. De 1541 datan las primeras copias de la imagen; a las que, para diferenciarlas del original, se les añadían una corona sobre la cabeza y motivos alrededor, como ocurre en la pieza expuesta: a los lados, los arcángeles Gabriel y Miguel y, en los ángulos, escenas de la leyenda de la aparición de la Guadalupana entre ramos de rosas.

Estilísticamente está relacionada con dos lienzos, conservados en las iglesias de San Nicolás de Bari y de San Onofre de Sevilla, ambos firmados por el pintor mejicano Juan Correa.

La pieza, que es un recorte de un lienzo mayor, de ahí las faltas que se aprecian, fue donada al convento por Dª. Ana Meca Vaquero en 2009, que la poseía por herencia familiar.

Restaurada durante la campaña de verano de 2012 por el equipo dirigido por D. Francisco José Sánchez Concha y  Dª. María Dolores Zambrana Vega, del Departamento de Pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla.
Con el apoyo del Excelentísimo Ayuntamiento y de la Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio de Zafra.

Patente de la Venerable Orden Tercera de Penitencia

Papel y tinta
43 x 31 cm
1770
Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

En el Museo se expone el Árbol Seráfico, un grabado milanés de 1762, que representa la fraternidad de los Hermanos Menores franciscanos. Junto al tronco, aparece san Francisco y, entre sus ramas, asoman sus mártires y santos.

A su sombra se acogen las otras dos órdenes: a un lado, las Hermanas Pobres guiadas por santa Clara y, al otro, los hermanos y hermanas de Penitencia u Orden Tercera entre los que se advierten seglares (santa Margarita de Cortona o san Roque), reyes (san Luis de Francia) y reinas (las santas Isabel de Portugal y de Hungría), junt  o a religiosos regulares como los mártires del Japón.

La Venerable Orden Tercera de Penitencia (VOT) o terciarios surgió, en 1221, por decisión del propio san Francisco que deseaba acoger a aquellos seglares que, teniendo impedimentos para ingresar en las otras dos órdenes, buscasen ahondar en su espiritualidad fuera de la vida claustral. Lo que no impidió que, tiempo después, surgiese la Tercera Orden Regular que, ya a comienzos del siglo XV, tenía comunidades acogidas a la vida de claustro.

La pieza que mostramos es una patente, es decir, una «cédula o despacho que dán los Superiores a los Religiosos quando los mudan de un Convento a otro, o se les da licencia de ir a alguna parte», en definición del Diccionario de Autoridades (1737).

Se trata de un modelo impreso, sin cumplimentar, destinado a ser utilizado durante la década de los años setenta del Setecientos.

Lo encabeza un grabado de la Inmaculada Concepción, flanqueado por los emblemas del  franciscanismo: los brazos cruzados y clavados en la cruz y las cinco llagas o estigmas que evocan al santo como nuevo Cristo.