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PIEZA DEL MES - JULIO / AGOSTO 2012

Relicario

Madera tallada, dorada y policromada,

textil, puntilla metálica, papel, cera, restos orgánicos y cristal

123 x 89 x 12 cm.

Segunda mitad del siglo XVII

Parroquia de la Candelaria, Zafra

 

Restaurado en el taller de Victoria Polo (2012), con el patrocinio de la Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio de Zafra.

Tras el Concilio de Trento, la mayoría de la alta nobleza española estuvo obsesionada por poseer reliquias y restos de santos. Un afán que no pasa de ser un trasunto de la devoción e inquietud que tuvo Felipe II por coleccionarlos.

Al rey le movía no un interés meramente acumulativo, sino una preocupación cultural y religiosa que ansiaba la recuperación arqueológica de la verdadera «antigüedad cristiana», como respuesta católica a los análisis históricos y filológicos que venían haciendo las iglesias protestantes.

Entre la nobleza, esta actitud piadosa del monarca, fue emulada sin embargo con cierta trivialidad; ya que se valoraron más los aspectos supersticiosos de las reliquias, su capacidad intercesora ante la divinidad, o los de prestigio que conllevaba su posesión.

El segundo duque de Feria inició su colección en 1592, al ser autorizado por Clemente VIII para extraer, en Roma, restos de mártires de ciertas iglesias y de las catacumbas de San Calixto. Enviados a Madrid, su madre la duquesa Juana Dormer encargaba a escultores y plateros los relicarios en los que habrían de exponerse a la veneración.

Está documentado el depósito de lo más significativo de la misma en el convento de Santa Clara en 1603 y 1612. Y no descuidarían la dotación de reliquias a la Colegial Insigne y a otros conventos de su villa ducal.

Aunque el marco de talla con roleos vegetales sea más tardío, algunas reliquias que contiene bien pudieron pertenecer a aquella saca romana de finales del Quinientos.

Sin duda, el agnusdéi de cera que centra la composición, datado en 1573, es producto del patronazgo ducal. Y como una rareza hemos de entender el que se nos muestre dorado y policromado.

PIEZA DEL MES - JUNIO 2012

La Última Cena
Estampa calcográfica a buril
31,5 x 22 cm
Manuel Salvador Carmona
1765

En Evangelia, quae per totum annum leguntur...,

Madrid, imprenta de Francisco Manuel de Mena, 1768

Parroquia de la Candelaria, Zafra


Pieza del mes Junio 2012

                                                       

Entre los libros litúrgicos el Misal era el principal, ya que contenía los textos propios de la celebración eucarística, dispuestos según el calendario o las festividades de los santos. Pero, para las misas de asistencia o solemnes, en la Colegial Insigne se usaban otros dos, un Epistolario y un Evangeliario, que permitían que el subdiácono y el diácono proclamasen las lecturas sagradas, respectivamente, desde los ambones colocados a uno y otro lado del altar mayor.

Para ilustrar estos libros, el grabado seguía siendo en el siglo XVIII el medio usual. Así, en la obra que nos ocupa, para la solemnidad del Corpus Christi, se escogió una representación de La Última Cena, justo en el momento de la institución de la Eucaristía: en el cenáculo, Jesús rodeado de los Apóstoles se dispone a bendecir el pan; en tanto, sobre la mesa, espera el cáliz.

La escena, obligada por el formato del libro, se aparta de las habituales composiciones apaisadas: la figura de Cristo, colocada a la derecha, exige un abigarrado y difícil acomodo a las de los discípulos.

Como era ya anochecido, la escena se ilumina con lámparas de aceite que cuelgan del techo y, a través de la ventana bífora, sorprendentemente luce la luna en cuarto creciente. Mientras, en primer plano, un perro roe un hueso.

El autor de esta estampa, Manuel Salvador Carmona (1734-1820), es quizá el más representativo de los grabadores ilustrados de la Corte, por lo que interviene en los libros más acreditados de su época, aunque sus estampas pocas veces sean originales. Llegará a ser Director de Grabado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.


 

PIEZA DEL MES - MAYO 2012

Nuestra Señora del Rosario.

Mármol policromado. 44,5 x 27 x 18 cm. ¿Siglo XVI?

Parroquia de la Candelaria, Zafra

mayo12a

La antigua Colegiata guarda esta imagen mariana de época incierta.

Una pieza, pequeña e ingenua, que se muestra hermética al análisis: pesan su ignoto origen y sus formas alejadas de las mudanzas estilísticas pretéritas. Solo su iconografía y los rasgos desproporcionados y poco diestros, fruto quizá de un artífice improvisado, abren cauces de empatía.

Representada de pie, la Virgen viste una túnica decorada con roleos vegetales, de la que despunta uno de sus zapatos. Un manto, rojo y abultado, cae desde su cabeza para recogerse en los brazos. Del derecho, que deja ver la bocamanga y la muñeca, pende un rosario. El Niño, a su izquierda, se apoya en el cuadril y va ataviado con una sencilla túnica talar.

De inexpresivos semblantes quieren, empero, mostrar una devota afectividad: si María toma amorosamente la mano de su Hijo, éste se esfuerza por alcanzar el rostro materno para acariciarlo.

Y es ese gesto infantil, entre otros detalles, el que nos lleva a preguntarnos si esta imagen fuera la primitiva de Nossa Senhora da Enxara. La que tomara en su santuario de la antigua villa alentejana de Ougüela (Campo Maior) don Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV y “Capitán General de la Conquista del Reino de Portugal”, durante la campaña de 1662.

La documentación al respecto nada dice del aspecto de aquella. Mas, como el cuartel general de don Juan José estaba asentado en invierno en Zafra, antes de comenzar la siguiente expedición, ordenó que la imagen fuese colocada para su veneración en el altar mayor de la iglesia conventual de Santa Marina. El solemne acto tuvo lugar el 8 de enero de 1663. Y allí permanecería hasta la desamortización.                                                          

 

PIEZA DEL MES - ABRIL 2012

«Inymitable echvra». Retrato de la Virgen de Belén.

Papel y tinta.
35 x 20,5 cm.
1738.

Parroquia de la Candelaria, Zafra.

abri12

No es frecuente, como ocurre en el Libro de Acuerdos y Quentas de la cofradía de Nuestra Señora de Belén,  iniciado en 1738, encabezar un volumen de anotaciones de una hermandad con un dibujo de la imagen devocional y un poema fervoroso.

El dibujante nos muestra «un retrato fiel» de la imagen de la Virgen que, a pesar de que era de bulto entonces, iba vestida con sus mejores ornamentos.

Aunque contamos con ejemplos medievales, el gusto por vestir las imágenes adquiere un gran desarrollo desde el siglo XVI: tejedores, bordadores, alfayates, orfebres, vestidores o camareras se esforzaban en ataviarlas con diferentes atuendos y adornos según los tiempos litúrgicos.

En las festividades, la Virgen de Belén usaba «un vestido entero de tisú blanco», una tela de seda bordada de ramajes, flores y pájaros sobre oro o plata, que estaba compuesto de «delantera, casaca, falda y manto, con flores de oro y galón fino». Sobre la cabeza llevaba una toca de velillo, una tela muy ligera y sutil adornada con perlas falsas y piedras. Y la faz se enmarcaba con un rostrillo de tela acartonada adornada de aljófar, un adorno femenil que en el siglo XVIII se mantenía solo en el atuendo de las imágenes marianas.

A semejanza iba peripuesto el Niño, mas al cuello lleva gorguera, pieza de lienzo plegado y alechugado.

Coronas, cetro, orbe, cintas y lazos completarían el atavío.

Así engalanada salía la imagen a bendecir los campos de Zafra, el Domingo de Cuasimodo, sobre unas andas a modo de templete con «mástiles dorados» y precedida de un gran «pendón de damasco carmesí» con su cruz de plata, al que flanqueaban los dos alcaldes de la cofradía con sus respectivas varas.