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PIEZA DEL MES - DICIEMBRE 2012

 

Bula de erección de la Colegial Insigne
Impreso en papel
31,5 x 21,5 cm
Madrid, 12 de diciembre de 1612

Parroquia de la Candelaria, Zafra

 

 

En octubre de 1797, en medio de una solemne función religiosa, bajo las bóvedas de la iglesia Colegial, resonaba el sermón que, desde el púlpito pronunciaba un predicador, fraile del convento de San Benito.
El franciscano quería, en su prédica y en nombre del abad y la clerecía colegial allí presentes, agradecer «la religiosa magnificencia de su Excmo. Patrono, el Señor Duque de Medinaceli».
Y es que, el duque, como heredero de las Casas de Feria y de Priego, no sólo había asumido el patronazgo comprometido por sus predecesores, sino que había actualizado su dotación hasta una «decente congrua», una renta suficiente para sostener la institución eclesial y a sus titulares.
Un acto litúrgico similar, con una voz pareja, se celebraría casi dos siglos atrás, cuando se tuvo noticia que el tercer duque de Feria, Gomes IV Suárez de Figueroa y Córdoba, había conseguido del Papa Pablo V que sellase la bula que elevaba la iglesia mayor de Santa María de Candelaria a Colegial Insigne.
La bula, fechada el 10 de diciembre de 1609, condicionaba su entrada en vigor a la comprobación de la veracidad de los informes ducales. Cumplidas todas las condiciones, fue consumada el 12 de diciembre de 1612.
Como hombre de su tiempo, el duque de Feria no hacía más que seguir la moda, extendida entre la alta nobleza, de erigir colegiatas en las poblaciones cabeza de sus estados. Se consideraba entonces que la pomposa liturgia y la nutrida clerecía que acogían eran reflejo del poder, de la magnanimidad y de la devoción inmarcesibles de sus patronos, los señores del lugar.
La elevación de la iglesia a colegiata nunca fue bien vista por los obispos de Badajoz, que vieron mermado su poder y lucharon por su final, que esperó hasta el Concordato de 1851.

PIEZA DEL MES - NOVIEMBRE 2012

Naveta
Plata en su color
15,5 x 20,5 x 9 cm
Leopoldo Sáenz Montaño
Taller zafrense, 1923
Parroquia de la Candelaria, Zafra

 

Inscripción: «DONADA A LA PARROQUIA DE ZAFRA AÑO DE 1923»

 

Desde la antigüedad, el humo aromático que exhala el incienso al quemarse ha sido considerado como un medio de alabar a la divinidad o un vehículo de relación con el inmarcesible. Por ello, en el salmo 141, el poeta bíblico canta:

«Yo te invoco, Yahveh, ven presto a mí,             escucha mi voz cuando a ti clamo.
Valga ante ti mi oración como incienso».

Para la Iglesia Católica, que asume la tradición, es símbolo de la unión de los creyentes con el altar y con el sacrificio de Cristo, pero también reflejo de cómo la oblación y la plegaria de la comunidad orante sube ante el Altísimo.

En la liturgia de la Misa se usa esencialmente durante el ofertorio y la ostensión de las especies en la consagración; pero también para incensar el altar, los evangelios, la cruz, los celebrantes e, incluso, a la asamblea de fieles.

Así, junto al incensario, braserillo en el que arde, el acólito o el monago porta la naveta, un recipiente con forma de nave que lo contiene antes de verterlo sobre las brasas.

Del ajuar litúrgico con el que los duques de Feria dotaron a su Colegiata de Zafra, poco quedaba en 1923; por lo que el párroco, tras recibir una generosa limosna, vio la necesidad de encargar la hechura de una naveta, «digna de la parroquia», al platero de la ciudad Leopoldo Sáenz que percibió doscientas pesetas por su trabajo, que entregó en enero de aquel año.

Es una pieza historicista, en la que la forma de la caja y el ornato neorrenacentista de su tapa se inspiran en las que se labraban en los talleres de platería zafrenses del Quinientos.

PIEZA DEL MES - OCTUBRE 2012

Virgen del Pilar

Madera dorada y policromada
57 x 17,5 x 17 cm
Segunda mitad del siglo XVII

Parroquia de la Candelaria, Zafra

oct12-4

 

Cuenta una piadosa tradición que al apóstol Santiago le cupo la evangelización de Hispania y que, estando en Cesaraugusta, se le apareció la Virgen, en carne mortal, para consolarle y lo hizo sobre el pilar, que aún se conserva y venera en la basílica que en el sitio se levantara.

Ahora bien, no será hasta el siglo XVII cuando la devoción a la Virgen del Pilar se extienda por todos los reinos de España. Y lo hará a raíz del milagro del cojo de Calanda, un prodigio que asombró a las gentes de la época: en 1637, a Miguel Pellicer, un joven calandés, le había sido amputada su pierna derecha en un hospital de Zaragoza. Tres años después, en la noche del 29 de marzo de 1640, súbitamente, le fue milagrosamente restituida por intercesión de la Pilarica.

Del suceso hay amplia documentación, pues fue investigado por tribunales civiles y eclesiásticos y hasta por la propia Inquisición, tomando declaración a veinticuatro testigos, entre ellos el cirujano que le cercenó el miembro.

Desde entonces fueron numerosas las copias de la Virgen del Pilar realizadas a demanda de los fieles.

Es aquella una imagen gótica tallada en la primera mitad del siglo XV por Juan de la Huerta, siguiendo cánones borgoñones.

La que se guarda en la Colegiata de Zafra le es bastante fiel. Mide 37 cm, uno más por asentar sus pies sobre nubes; pero viste, se recoge el manto y sostiene al Niño de manera análoga a la original. Se muestra aupada sobre una columna toscana de madera dorada, que en algún momento fue acortada y vuelta; pues la cruz patada que lleva incisa debería verse en el frente.

PIEZA DEL MES - SEPTIEMBRE 2012

Calvario

Óleo sobre lienzo
72,5 x 92,5 cm
Finales del siglo XVII

Parroquia de la Candelaria, Zafra

La Colegiata de Zafra guarda una colección de pintura de caballete que cuenta con excelentes obras de escuelas italiana o sevillana y, además, con el único conjunto retablístico de Zurbarán conservado in situ.

Pero la pieza que contemplan no se expone por su valor artístico o devocional, sino por ser prácticamente desconocida, dado que estuvo reservada en la casa rectoral durante décadas.

Es un lienzo apaisado que representa un pasaje de la muerte de Jesús en el que se relata, siguiendo el Evangelio de Marcos (15 27), que «con él crucificaron a dos saltadores, uno a su derecha y otro a su izquierda». Sus nombres, Dimas y Gestas, los conocemos por los apócrifos de Santiago y Nicodemo, respectivamente.

Pero la escena se centra en unos versículos, contenidos tan solo en el Evangelio de Lucas (23 39-43), referidos al "buen ladrón" en los que Dimas, primero, reprocha al otro condenado su impiedad y, después, dirigiéndose a Cristo le ruega: «Domine, memento mei» (Señor acuérdate de mí) y éste le responde: «Amen, dico tibi: hodie mecum eris in paradiso» (En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso). Frase que aparece volteada para que el devoto advierta el coloquio. Mientras, Gestas, terco, aparta su rostro.

A los pies de la cruz de Cristo aparece la osamenta que evoca la sepultura de Adán en el monte Calvario, sobre la que se presumía fue enclavada. Como fondo, Jerusalén, concebida como una ciudad amurallada occidental.

No es ajena a la mentalidad barroca, tampoco, la elección de un hombre canoso para evocar la fe y la cordura de san Dimas, lo mismo que la luz simbólica que lo baña; empero, es un hombre joven, y en sombra, el que encarna al "mal ladrón".